No sabía si era culpa de los antigripales, o si estaba enloqueciendo
(más).
Dos noches atrás acudieron a mi sueño varios de los
personajes de la historia que estoy trabajando.
Es normal que esto ocurra cuando estoy conciliando el sueño:
ahí el inconsciente trabaja sobre lo escrito ese día, lo evalúa, lo mide, lo
trabaja. En esos momentos ocurre la magia de la creación, sobre todo cuando
estás trabado, o en un punto crucial. Pero también es ahí cuando se analizan
algunos párrafos clave.
"Este diálogo tiene que ser más crudo", "este
personaje es más pesimista", etc.
Al día siguiente uno revisa y corrige todas estos
partes. El descanso es esencial para que la tinta se seque y se asiente.
Pero nunca me había pasado que los personajes se metan en
mis sueños y hablen.
No me hablaban a mí. Hablaban entre ellos, hacían cosas.
Pero todas eran incoherencias. Lo que hacían no era digno de sus
personalidades. No correspondía a lo que venía pasando.
Me desperté varias veces, enojado con ellos. Pero volvían, y
seguían haciendo estupideces.
Me empecé a preguntar si el equivocado era yo, y si lo que
ellos hacían era lo correcto. Me dejé convencer por la premisa del novelista:
"La novela se escribe sola".
Me desperté sobresaltado. ¿Había escrito medio libro
equivocadamente?
Revisé los últimos capítulos. Los leí con miedo.
Seguramente toda esa locura era hija de los medicamentos: lo
que esos personajes hacían en mis sueños no tenía sentido.
Los locos eran ellos. No yo.