Nadie quiere que triunfes. Es así. A
veces por pura maldad, y a veces por inconsciente miedo.
El año pasado me puse a observar cierta conducta laboral, sobre todo los
sábados, domingos y feriados.
El 100% de las respuestas al "¿Cómo andás?" fue negativo en
todas sus variantes. Todos se quejaban de tener que estar ahí encerrados en vez
de hacer cualquier otra cosa.
Hay que hacer una aclaración: el trabajo de los fines de semana es
ínfimo. No hay que hacer más que alguna que otra boludez, pero hay que estar.
El embole es estar.
Me puse a analizarlo, y descubrí que si bien es un embole pasar el fin
de semana en el trabajo, la gente prefiere hacer notorio ese estado de
negatividad en vez de combatirlo y convertirlo en algo positivo —No tan
positivo como no estar, pero positivo al fin—.
Yo aprovecho para leer algún libro o incluso para ver alguna película.
También me juego algunos niveles de algún juego de celular. Es decir: me busco
formas de entretenerme y combatir la mala onda. Si tuviera una notebook
escribiría, pero bue… todo no se puede.
Cuando le decís al otro que estás bien, te miran raro. No entiende esa
positividad. Nadie y nada está bien. Quieren que compartas su tedio. Que te
adaptes al lugar común de trabajo=feo. Que la pases tan mal como ellos, o peor.
Es cierto que yo también preferiría estar en casa o en la pileta o
encamado con dos adolescentes rusas, pero no se puede, y a lo que esté haciendo
trato de sacarle el mayor provecho.
Pero no termina ahí la cosa.
Este año llevé este experimento a un segundo nivel. Este año electoral y
turbulento no augura nada bueno, pero eso no puede impedirte llevar adelante
tus proyectos, salvo que seas un indigente, y tus proyectos sean qué comer esta
noche.
El otro día, una compañera dijo que nos esperaba un año de mierda. A lo
cual yo le respondí que no:
—El 2015 es mi año, y la voy a romper.
Me miró torcido, y me dijo:
—No creo.
No cree, no quiere. Porque si a mí me va un poquito bien significa que
con esfuerzo a ella podría irle mejor y salir de esa mediocridad. Y eso
significaría que no podría tirarse en la banqueta y quejarse de lo mal que está
todo y de lo mal que la tratan, y de que en este país no se puede hacer nada.
Es decir, desmitificaría esa creencia de que no se puede avanzar en esta
realidad agobiante.
Hacer algo —cualquier cosa— lleva mucho trabajo y esfuerzo (mucho más
del que necesitarías si el estado hiciera su trabajo más o menos bien), y como
todos llegamos cansados a casa, no queremos proyectar nada. Y si yo no
proyecto, el hecho de que vos proyectes, me jode. Porque capaz que te va bien y
mejorás tu vida y sos feliz y yo sigo en esta vaga mediocridad. Y eso es
injusto.
No sé cómo me va a ir este año. Nadie lo sabe, pueden acuchillarme a la
salida de casa dentro de un rato o puedo terminar millonario o puedo encamarme
con dos adolescentes rusas, nadie sabe. No pretendo grandes cosas. Solo sacar
adelante un par de proyectos. No es mucho pedir. Y si no es este será el
próximo.
Tampoco es mucho pedir cortar con la queja general y poner un poquitito
de energía en lo que te gusta. Ojo, yo también me quejo y mucho. Pero no me
quedo en eso. Trato de sortear las vallas que te pone esta sociedad y el estado
y, sobre todo, mis propios miedos.
El secreto está en mantener el cerebro activo y estar atento. Para todo
se necesita suerte. Pero cuando la suerte aparece, mejor tener material para
ayudarla.